martes, 28 de enero de 2014

Conmoción en Coquimbo

Esta historia comienza la noche anterior, cuando Cristóbal me comenta que no podrá estar en una reunión porque viaja con los muchachos de la banda Conmoción a Serena. Le pregunté cómo se iban y me dijo “en bus cama”, a lo que ingenuamente agregué “¿y cuánto sale”?. No será la única ingenuidad en el viaje, pero me respondió “Vamos no más”.

El compromiso era a las 10 de la mañana en Balmaceda 1215 y llegué puntualmente.

Cristobal es el manager o productor de la banda. Pero no es cualquier bandido que iba pasando, nos conocemos hace más de 15 años, cuando con mi hermano dábamos los primeros pasos en el rockandroll, ahí mismito en Balmaceda, porque ahí ensayabamos y también lo hacían los Santo Barrio, banda de la que Cristóbal era baterista. Corrían los tiempos del Tumbao Rebelde.

Salimos en el bus cama de la banda, que en verdad no es de ellos sino que se lo arriendan a un hombre que se dedica a trasladar bandas. Nunca había estado en un bus rockero y no tiene mucho de especial, salvo lo malo y regular de las películas y que se puede fumar, pero en el baño. La banda mientras tanto iba medio durmiendo, medio conversando, medio leyendo, medio viendo las malas pelis.

No quise saber nada de ellos así a priori, ni qué instrumentos tocan, ni de qué equipo son, ni a qué comuna representan, solo viajar en un bus donde el extraño era yo, en posición de observante ya resultaba un poco incómodo, así que nada de preguntas. Eso sí, conversamos mucho con Cristóbal, de Santo Barrio, de la edición independiente, de los libros futuros y por supuesto de la banda Conmoción.

Banda que por lo demás se está renovando. Uno de los chicos me comenta que el año pasado fue más bien plano para ellos y quieren que este que nace sea lleno de matices y relieves. Para afinar su sonido contrataron un profesor que comienza a hacerlas de director musical, es un hombre corpulento, afable y de sonrisa fácil que, sin embargo, sabe imponer disciplina e instar a los muchachos a aprovechar el tiempo.

Almorzamos en Los Vilos, linda playa, pero poco rato, hay un itinerario que cumplir. Acá cada uno almuerza como puede y el grupo se disgrega con la instrucción de reunirse a las 3 de la tarde. Luego de comer reineta y tomar cerveza volvemos al bus donde siguen las películas...

Llegamos a Coquimbo pasadas las seis, medio aturdidos por la siesta y el calor bajamos las cosas en el teatro Palace, una antigua y remodelada casona en el centro poscolonial, que cuenta con un teatro formidable, cerca de la plaza y del puerto. Nos recibe la gestora cultural de la municipalidad, encargada de que todos en la banda se sientan a gusto. Ofrecen una pequeño cocavi que los muchachos toman alegremente. Las galletas, frutillas y cervezas pasan susto, aunque también los tés y gatorades. Es una banda grande y de intereses diversos.

Ensayan en el patio de la casona, aprovechando todo el tiempo que queda, pues el pasacalles es a las 8 y por lo general cuesta juntar a la banda entera, por lo que aprovechan de repasar temas nuevos y ritmos aún no registrados.

Acá se nota la mano del profesor que al termino de cada canción le llama la atención a las distintas secciones por que vocean las frases con faltas de ortografía, reaccionan tarde al cambio de ritmo o no corrigen las afinaciones durante el tema. Escúchense es la orden del profe y su enseñanza tiene sentido no solo para la música.

La banda trabaja un montón. Esto dista mucho del estereotipado relato del rockero en viaje. Acá se respira el rock con olor a taller y ensamble. Poco a poco los cabros se van cambiando de ropa y todo toma color.

Dos camionetas nos llevan hasta la parte alta del centro de Coquimbo y comenzamos el recorrido de bajada. El alcalde se apersona y yo, encargado de tirar espuma como challa, fracaso en mi intento de mojarlo: simplemente lo perdí de vista. La gente vibra con las frecuencias que conmueven, salta por escaleras y espacios en los que no sería muy prudente normalmente, las calles se repletan y eso hace que el sonido se apañe, suena notable, se hace muy breve.

Los roudies de la banda merecen párrafo aparte. Si la pega es complicada en un escenario, dada la variedad de instrumentos y artistas, eso mismo caminando y con gente por todos lados es una locura. Además, hay q ir convidando agüita en los intermedios, tirar challa y apoyar a la banda con maracas, huiros y cualquier cosa que haga ruido.

Terminado el show los muchachos de una banda de bronces amiga aprovechan la gente para seguir la fiesta y generar unos pesos para el viaje. Esto alcanza para todos, me comenta el Hueo. Sea propio o no, los rockeros la viajan en bus.

Luego, la organización municipal nos lleva a comer a un restorán pituco junto a la costanera. Mientras comemos, causa hilaridad y comentarios la presencia de Roberto Dueñas, el peluche de Marlén, acompañado de varias rubias y un machucao musculoso. Rica la comida, pero mucho mejor la pichanga que se jugó en la playa terminada la comida. Ahí, además de las dotes futbolísticas de los muchachos (?) se exhibió la capacidad locutora de Robin, que con gracia y despliegue lingüístico narró los pormenores del partido.

Con arena en la cara y la ropa sudada volvemos al bus. Ya es pasada la medianoche y toca emprender el viaje de regreso. A las seis de la mañana nos despedimos, una vez más, frente a Balmaceda.

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