viernes, 29 de noviembre de 2013

¿Quién menoscaba mis bienes?, por Miguel de Cervantes, en Don Quijote

¿Quién menoscaba mis bienes?
            Desdenes.
¿Y quién aumenta mis duelos?
             Los celos.
¿Y quién prueba mi paciencia?
             Ausencia.
De este modo, en mi dolencia
ningún remedio me alcanza,
pues me mata la esperanza,
desdenes, celos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?
             Amor.
¿Y quién mi gloria repugna?
             Fortuna.
¿Y quién consiente en mi duelo?
             El cielo.
De este modo, yo recelo
morir deste mal extraño,
pues se aumentan en mi daño
amor, fortuna y el cielo.

¿Quién mejorará mi suerte?
              La muerte.
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?
              Mudanza.
Y sus males, ¿quién los cura?
              Locura.
De ese modo, no es cordura
querer curar la pasión,
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Poema por la muerte de Ricardo Fort - Por Santiago Llach

Apaguen todos sus teléfonos celulares;
se murió Ricardo Fort.
Sol Prieto, científica y tierna,
dice que le hubiera dado El catcher entre el centeno
para que lea, para que aprenda, para que sufra menos.
Aníbal Ibarra convoca a los chicos callejeros,
el karma que revolotea sobre su cabellera enrulada,
y dice, en Facebook,
que le hubiera gustado darle a leer Matadero 5.
Luciana Cáncer dice que le hubiera dado
amor, amor, amor.
Un avatar kirchnerista dice
que lo que pasaba es que Ricardo
era gay, era gay, era gay, tinker gay
y la familia…
Fabián escribió hace mucho
que todo lo que se pudre forma una familia
y años después formó una hermosa familia.
Se murió Ricardo
Corazón de León,
Ricardo Hemorragia.
Se murió Willy Wonka y se llevó
a los titanes en el ring
a los sultanes del swing
a Missy Pile
a Jordan Frye
a los Oompa Loompa
y a la rosa pantera,
a los sustantivos comunes
y los nombres propios
a todos los monstruos.
Se murió Ricardo Monstruo
Ricardo La Bestia
Ricardo El Idiota.
La belleza es eso que resuena
cuando juntamos dos objetos distintos.
La música que suena adentro nuestro
cuando alguien se muere:
en eso creo.
Apaguen todos los teléfonos celulares:
se murió Ricardo Fort.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

lunita llena, corazón con tinta

reencuentros florales,
osea,

flores
que me gustan
porque enseñan

y aprendo
con y sin h

una de Elvis Costello

Y me levanto cuando llega el alba, a pesar de que tengo el corazón roto. Debería hacer un brindis por los amigos ausentes en vez de por estos comediantes

martes, 12 de noviembre de 2013

El karma de ciertas chicas (Fragmento), por Juan Forn

Pero a él no. Él no iba a olvidarse de todas esas cosas. Y no sólo de eso. Él empezaba a ver ahora lo que haría de su vida, a partir de ese momento. Algo sencillamente espectacular, tan simple y perfecto que le pareció increíble no haberlo pensado antes. Algo épico, solitario, altruista e insanamente divertido a la vez. Algo que consistiría en repetir y perfeccionar lo que se le ocurrió en un bar esa misma tarde, cuando la chica de la mesa de al lado pidió un agua mineral bien helada y él la vio tan enloquecedoramente perfecta que pensó: "Ni un submarino con tortas negras sería capaz de arruinarte, creéme". O lo que pudo decirle a la pelirroja de pecas y cara de sueño que vio subir a su colectivo esa mañana: "Hasta que te vi mi día era en blanco y negro". Eso era lo que iba a hacer. Porque esas dos chicas no sólo eran descomunales, también parecían tener una conciencia casi dolorosa de su belleza. Y parecían necesitar sutiles corroboraciones para seguir conviviendo con lo que eran. No piropos, sino dosis verbales de fe. Había millones de chicas por la calle que creían realmente que ser lindas era un problema, un verdadero karma que nadie parecía tomar en serio. Y él iba a convertirse en el auténtico paladín de todas esas chicas cuya belleza les exacerbaba la sensibilidad acerca de sí mismas y las inquietaba cada vez más. Una especie de peregrino sensual, inoculador de secreta fe en el corazón de las chicas más dolorosamente hermosas que se le cruzaran por el camino, y todo por el imperativo estético de defender el áspero fulgor de esa belleza. Calculó que, si se dedicaba a fondo a eso durante digamos veinte años, a la larga tendría la casi seguridad de ser, en gran medida, el artífice de la hermosura de todas las mujeres que pisaran las calles de Buenos Aires, el visionario descubridor de aquello que sería el elemento esencial de todas ellas, su más profunda identidad.