martes, 13 de noviembre de 2007

la memoria


Un poema de Miguel de Cervantes:

¿Quién menoscaba mis bienes?
¡Desdenes!
¿Y quién aumenta mis duelos?
¡Los celos!
¿Y quién prueba mi paciencia?
¡Ausencia!

De este modo en mi dolencia
ningún remedio me alcanza,
Pues me mata la esperanza,
desdenes, celos y ausencia.

¿Quién me causa dolor?
¡Amor!
¿Y quién mi gloria repuna?
¡Fortuna!
¿Y quién consiente mi duelo?
¡El cielo!

De este modo yo recelo
morir deste mal extraño
pues se aúnan en mi daño
amor, fortuna y el cielo.

¿Y quién mejorará mi suerte?
¡La muerte!
Y el bien de amor, ¿quién lo alcanza?
¡Mudanza!
Y sus males, ¿quién los cura?
¡Locura!

Dese modo no es cordura
querer curar la pasión,
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.

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Todos los grandes estilos se caracterizan por la suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan de los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y animo -tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.

Cervantes, plenamente vigente, respeta profundamente al lenguaje, otorgándole sentido, evitando la adjetivación que confiere a la palabra dignidades y categorías, que llenan de arrugas el estilo.

El adjetivo cuando no da vida, mata; suena siutico, pero es cierto. Interesante a este respecto es la investigación (a modo de poema) sobre el uso y abuso del adjetivo que hace Rodrigo Lira.

Cuando digo perecedero, me refiero a que se vuelve un texto fácil de encasillar y caricaturizar -aún con fines pedagógicos-, ej. para los románticos, y como respuesta al realismo, el mundo estaba poblado de espacios lugubres, meláncolicos, tormentosos, desoladores y sombríos; a estos les suceden los simbolistas, para los que todo era evanescente, difuso, remoto, opalescente y tedioso; en tanto en latinoameerica unos jovenes apodados modernistas escribian poemas en los que todo era helénico, marmoreo, nacarado, aureo y tornasolado.

Así transcurren las generaciones con sus galerías de adjetivos y así es como llenan rápido los anaqueles empolvados de soberbia erudita; a un paso del olvido.

Tampoco se trata de declararle la guerra al adjetivo; sino de usarlo en su justa medida, tambíen es cierto que todos tenemos motivos para esperar el olvido.

No puede el etiope mudar de piel, ni el leopardo perder sus manchas.
No hay escuela que te enseñe a escribir, más que leer.
Afortunadamente para nosotros, se inventaron los comics.

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