jueves, 1 de abril de 2010

DESHECHA ROSA


Escrito por Manuel Rojas, al fallecer su primera esposa María Luisa Baeza.
1

Construido con elementos de timidez y de urgencia,
de pasión y de silencio;
a través de ganzúas y de ladrones hábiles,
acompañado de anarquistas perseguidos por la policía
y de cómicos que morían sin éxito en los hospitales;
entre carpinteros de duras manos y tipógrafos de manos ágiles;
soñando en la cubierta de los vapores
y en los vagones de carga de los trenes internacionales;
con muchos días de soledad y de cansancio,
sin lágrimas, con los zapatos destrozados,
por las calles de Santiago o de Buenos Aires;
ganándome la vida y la muerte, a saltos,
como los tahúres o los rufianes;
cultivando, sin embargo, una gran rosa ardiente,
decidido y vacilante,
llegué donde tú me esperabas con tu ardiente rosa.
No traía sino mi don de hombre,
mi pequeña gracia de narrador
y tres abejorros con hambre.

2

Apretada e intacta, construida con elementos de lentitud y de ternura,
tú venías,
empujada por los vientos de Valparaíso
y a través de los cardúmenes de su bahía.
Por entre los álamos del Aconcagua
y tinajas hirviendo de dulce chicha,
acompañada de campesinos con las barbas mojadas de garúa
y huasos de ojos verdes, que cultivaban la poesía:

- Clara se llamó mi madre,
y mi padre, Claridad;
y yo me llamo Clarisa:
¡Miren que casualidad!;

entre normalistas azules que reían
y novios enfermos del pulmón, que morían
a través de niños que aprendieron a leer mirándose en tus ojos,
tu rosa cerrada para mis tres abejorros hambrientos traías.

3

Fuiste mía y fui tuyo "en el oscuro pensamiento de la noche".
Sin reservas, con locura y con ternura,
unidos en la sangre, en el aliento y en la piel
buscamos aquello que nos unía
y que nunca supimos que era.
Las largas noches eran nuestras, y nosotros eramos de la noche,
trabajadores fervientes, entre murmullos
y silencios de reposo y espera,
como mineros que buscaran o como joyeros que pulieran.
La piel fina y caliente de tu cintura,
la áspera piel de mis piernas;
mi boca impaciente y tu boca deseosa de obedecer;
mis manos como hormigas entre tu cuerpo de panal nocturno;
tu espalda que se arqueaba y mis largos y tenaces brazos;
tus duras piernas y mis insistentes rodillas entre ellas;
mi lengua y su apasionado itinerario.
Y tu recato y mi persuasión,
y tu arrullo y mi contenido grito
de hallazgo o de sorpresa:
en la alta noche, creando, latiendo, buscando,
trabajando con su propio material
su gozoso y limpio destino, esmeradamente.
Y de tu vientre
los abejorros brotaban chillando y mamando,
entre mis lágrimas de hombre y tus sonrisas de mujer.

4

Así ocho años como ocho rosas de doce pétalos
o simplemente ocho años.
A través de sus días y sus noches
tú mirabas blanquear mis sienes
y yo veía cómo tus labios perdían su frescura.
Pero era en tí donde moría mi juventud,
en mí moría la frescura de tu boca.
Alcanzábamos nuestro gozoso y limpio destino.
Los abejorros mamaban y crecían;
mi madre y mis amigos,
y tus amigas y tus parientes, se detenían
y se inmovilizaban en el espacio y en el tiempo,
helados, indiferentes a los sollozos y a las lágrimas.
Ocurrían revoluciones, y los carabineros
eximían de sus exámenes a algunos estudiantes
y de su vejez a algunos obreros;
pero ellos, por su parte, abandonaban a sus caballos en las calles
y en los conventillos a sus viudas,
y estas, llorando, cobraban escasas pensiones de viudez,
mientras los Presidentes de Chile iban y venían
y por allá se entretenían, rascándose o jugando al ajedrez.
Tranquilos, aunque envejeciendo,
contentos, aunque a veces fatigados,
veíamos caer la tarde y nos íbamos con ella,
conscientes de que atardecíamos.

5

Ahora,
desde el fondo de mi ser,
desde donde el aire se transforma en sangre
y desde donde la sangre se transforma en semen;
de más allá aún: desde donde río y desde donde lloro,
desde donde hablo y desde donde enmudezco,
desde donde me detengo y desde donde camino;
de en medio de los oscuros líquidos,
del centro de las blandas médulas,
desde la corriente de las linfas
y desde el bullir de los glóbulos;
desde donde tú puedes vivir en mí
y desde donde yo puedo vivir en tí:
tu recuerdo surge y me lame como una dulce llama,
como una dulce lengua,
¡oh, mujer mía!

6

Y busco tu rostro y tu cuerpo más allá de la muerte.
Inútilmente. La muerte no me da sino tu boca abierta
y el coágulo de sangre que salió de ella.
¿Eres tú? No lo eres. No te reconozco muerta.
Busco después tu rostro y tu cuerpo
antes de que la muerte te entreabriera la boca.
Inútilmente también. Imágenes dispersas acuden:
las manos con blandos hoyuelos,
la piel clara de los muslos,
el vello dorado del pubis,
los ojos de íntimo reflejo verde,
el vientre de niña que mi amor marchitó
y que yo amaba por sus estrías:
expresión de mi hombría y de tu feminidad.
Imágenes táctiles, olfativas, de sabor:
mi mano siente a veces el calor de tu cuerpo,
mi lengua el sabor de la tuya,
mi nariz tu olor nocturno.
Repartida a lo largo de mis recuerdos y mis sentidos,
estás en todas partes y no estás en ninguna.

7

Los abejorros te tienen, sin embargo.
aprisionada por raíces que la muerte no puedo romper,
en ellos estás, en sus miradas, en sus risas, en sus voces,
y en ellos me miras, me sonríes y me hablas.
Y en ellos te miro, te sonrío y te hablo
mientras camino, con mi gran rosa ardiente,
hacia donde tú estás con tu deshecha rosa.

No hay comentarios: