Creía en muchas cosas, en la fraternidad entre los seres humanos -dejando de lado el asunto de las mujeres propias o ajenas, esas son necesidades-, en el porvenir de la ciencia, en el futuro de la humanidad, nobles creencias que no se contradecían con aquella parte dramática y pesimista de su sentimiento de a vida humana.
Este sentimiento era aplicado y sentido como ser individual, no como ser social. Estaba convencido de la irremediable y total mortalidad del hombre, pero pensaba que aunque este, como ser individual, es perecedero, no lo es como ser social, después de que yo muera y desaparezca seguirán viviendo otros hombres, muchos hombres y mujeres, muchos, bastantes más que hoy, cada día nacerán más, como ha dicho Malthus, y yo estoy de acuerdo con él, pero el hecho de que el hombre sea un ser mortal no quiere decir que esté obligado a vivir en la miseria, dividido en clases, ahítas unas, hambrientas otras; y tampoco porque uno es pesimista debe renunciar a la vida; Shopenhauer no renunció; ya ves que hasta se afeitaba con un papel ardiendo; si esta vida no es más que esta vida y no hay otra; en ese caso arreglatelas como puedas, y si uno no renuncia a ella, sino que la acepta y hasta la encuentra hermosa y la ama, ¿por qué no hacer lo posible por vivirla bien? ¿por qué soportar el hambre, el frío, la abstinencia, la tristeza y el abandono?
Estoy vivo, y por el hecho de estar vivo tengo mis derechos, al menos uno, el de vivir. Si no les gusta, mátenme, pero haré lo posible por vivir lo mejor que pueda, así como ustedes lo hacen.
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