Esta historia comienza
la noche anterior, cuando Cristóbal me comenta que no podrá estar
en una reunión porque viaja con los muchachos de la banda Conmoción
a Serena. Le pregunté cómo se iban y me dijo “en bus cama”, a
lo que ingenuamente agregué “¿y cuánto sale”?. No será la
única ingenuidad en el viaje, pero me respondió “Vamos no más”.
El compromiso era a las
10 de la mañana en Balmaceda 1215 y llegué puntualmente.
Cristobal es el manager
o productor de la banda. Pero no es cualquier bandido que iba
pasando, nos conocemos hace más de 15 años, cuando con mi hermano
dábamos los primeros pasos en el rockandroll, ahí mismito en
Balmaceda, porque ahí ensayabamos y también lo hacían los Santo
Barrio, banda de la que Cristóbal era baterista. Corrían los
tiempos del Tumbao Rebelde.
Salimos en el bus cama
de la banda, que en verdad no es de ellos sino que se lo arriendan a
un hombre que se dedica a trasladar bandas. Nunca había estado en un
bus rockero y no tiene mucho de especial, salvo lo malo y regular de
las películas y que se puede fumar, pero en el baño. La banda
mientras tanto iba medio durmiendo, medio conversando, medio leyendo,
medio viendo las malas pelis.
No quise saber nada de
ellos así a priori, ni qué instrumentos tocan, ni de qué equipo
son, ni a qué comuna representan, solo viajar en un bus donde el
extraño era yo, en posición de observante ya resultaba un poco
incómodo, así que nada de preguntas. Eso sí, conversamos mucho con
Cristóbal, de Santo Barrio, de la edición independiente, de los
libros futuros y por supuesto de la banda Conmoción.
Banda que por lo demás
se está renovando. Uno de los chicos me comenta que el año pasado
fue más bien plano para ellos y quieren que este que nace sea lleno
de matices y relieves. Para afinar su sonido contrataron un profesor
que comienza a hacerlas de director musical, es un hombre corpulento,
afable y de sonrisa fácil que, sin embargo, sabe imponer disciplina
e instar a los muchachos a aprovechar el tiempo.
Almorzamos en Los
Vilos, linda playa, pero poco rato, hay un itinerario que cumplir.
Acá cada uno almuerza como puede y el grupo se disgrega con la
instrucción de reunirse a las 3 de la tarde. Luego de comer reineta
y tomar cerveza volvemos al bus donde siguen las películas...
Llegamos a Coquimbo
pasadas las seis, medio aturdidos por la siesta y el calor bajamos
las cosas en el teatro Palace, una antigua y remodelada casona en el
centro poscolonial, que cuenta con un teatro formidable, cerca de la
plaza y del puerto. Nos recibe la gestora cultural de la
municipalidad, encargada de que todos en la banda se sientan a gusto.
Ofrecen una pequeño cocavi que los muchachos toman alegremente. Las
galletas, frutillas y cervezas pasan susto, aunque también los tés
y gatorades. Es una banda grande y de intereses diversos.
Ensayan en el patio de
la casona, aprovechando todo el tiempo que queda, pues el pasacalles
es a las 8 y por lo general cuesta juntar a la banda entera, por lo
que aprovechan de repasar temas nuevos y ritmos aún no registrados.
Acá se nota la mano
del profesor que al termino de cada canción le llama la atención a
las distintas secciones por que vocean las frases con faltas de
ortografía, reaccionan tarde al cambio de ritmo o no corrigen las
afinaciones durante el tema. Escúchense es la orden del profe y su
enseñanza tiene sentido no solo para la música.
La banda trabaja un
montón. Esto dista mucho del estereotipado relato del rockero en
viaje. Acá se respira el rock con olor a taller y ensamble. Poco a
poco los cabros se van cambiando de ropa y todo toma color.
Dos camionetas nos
llevan hasta la parte alta del centro de Coquimbo y comenzamos el
recorrido de bajada. El alcalde se apersona y yo, encargado de tirar
espuma como challa, fracaso en mi intento de mojarlo: simplemente lo
perdí de vista. La gente vibra con las frecuencias que conmueven,
salta por escaleras y espacios en los que no sería muy prudente
normalmente, las calles se repletan y eso hace que el sonido se
apañe, suena notable, se hace muy breve.
Los roudies de la banda
merecen párrafo aparte. Si la pega es complicada en un escenario,
dada la variedad de instrumentos y artistas, eso mismo caminando y
con gente por todos lados es una locura. Además, hay q ir convidando
agüita en los intermedios, tirar challa y apoyar a la banda con
maracas, huiros y cualquier cosa que haga ruido.
Terminado el show los
muchachos de una banda de bronces amiga aprovechan la gente para
seguir la fiesta y generar unos pesos para el viaje. Esto alcanza
para todos, me comenta el Hueo. Sea propio o no, los rockeros la
viajan en bus.
Luego, la organización
municipal nos lleva a comer a un restorán pituco junto a la
costanera. Mientras comemos, causa hilaridad y comentarios la
presencia de Roberto Dueñas, el peluche de Marlén, acompañado de
varias rubias y un machucao musculoso. Rica la comida, pero mucho
mejor la pichanga que se jugó en la playa terminada la comida. Ahí,
además de las dotes futbolísticas de los muchachos (?) se exhibió
la capacidad locutora de Robin, que con gracia y despliegue
lingüístico narró los pormenores del partido.
Con arena en la cara y
la ropa sudada volvemos al bus. Ya es pasada la medianoche y toca
emprender el viaje de regreso. A las seis de la mañana nos
despedimos, una vez más, frente a Balmaceda.
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