jueves, 28 de marzo de 2013

De "Toda la luz del mediodía", por Mauricio Wacquez

De nuevo te veo beber en un vaso que aprieta tu mano celosamente; veo tu actitud siempre reclinada y estoy tranquilo porque sé que durará toda la tarde. Luego tendré que acompañarte para que tomes el autobús que te llevará a tu casa. Y esto no lo quiero; quiero guardarte conmigo. Quiero que contigo vuelva el orden a mi vida, a esa vida sedentaria que tanto amamos. Porque vislumbrar un sueño tranquilo es una esperanza igual que las pequeñas cosas que nos son prohibidas; como la tranquilidad de un fuego encendido todos los invierno durante toda una vida; como la inmovilidad de un cuarto en el que yaces, junto a las cosas que permanecen porque son nuestras. Lo nuestro. Esto es lo nuestro. No más viajes; aquí lo nuestro lo constituye todo; en este cuarto entre los libros que conocemos porque tenemos los ojos unidos a su historia, en que cada trozo de pared me recuerda una parte de tu vida; en este cuarto oscurecido por la encina que mis propias manos plantaron cuando recién comenzaba nuestra historia; y aun también los otros cuartos, los cuartos luminosos.

Necesito que este sitio sea hecho en función de nuestras vidas, o mejor, que tu vida y la mía tengan como única función la existencia de esos cuartos y los rincones oscurecidos de esos árboles. Porque mi orden será descubierto en razón de otro orden, de un orden distinto, de un orden arrebatado al caos, preciso para que mi caos se transforme en equilibrio; pues creo que la línea de mi vida tiene aristas demasiado agudas que conviene suavizar a la mitad, una mitad en donde yace el orden de manera tan fácil.

Abandona esa bebida que rompe el orden que comienza; mírame; mírame, es suficiente; pon tu alma en mi camino, porque es indispensable para que el orden se manifieste. Nada más. Y ese calor, esos libros, el cuarto oscuro, serán el resultado de esa mirada y de esa actitud de tu alma. Nada más. Porque tu existencia es necesaria y suficiente para que la mía ansíe la quietud, para que crezcan los árboles y los rincones de esta casa adquieran un sentido, para que todo se una y teja nuestro orden; lejos de los rostros, de los gestos, de las miradas vacías. De manera que el sol no moleste la intimidad de las cavilaciones. Así adivinaré fácilmente lo que piensas, y cada gesto tuyo será una prolongación hacia mi vida.

Sí, quiero volver al orden porque tu existencia me hace vislumbrarlo.

No hay comentarios: