viernes, 14 de septiembre de 2007

el enemigo interno.



"Brinda por mi con tus ojos y prometeré con los mios, o deja un beso en tu copa y no pediré vino", R. Bradbury.

El horror y desconcierto experimentados por los centinelas locales ante el veloz desembarco fue tal, que ninguno atinó a disparar mientras cruzaban la playa.
Al salir de su asombro intentaron asumir la defensa de la playa, pero era tarde pues la osada vanguardia se había perdido en lo espeso de la selva, haciendo caso omiso de los altos primero y luego de las bengalas lanzadas inutilmente al voleo para iluminar de día la descabeyada busqueda.
Rafael y Eduardo estaban a salvo entre los arboles y la maleza, pero no podían cantar victoria. Pronto soltarían a los perros y estos avanzan mucho más que uno y pueden avisar la trayectoría a sus amos.
Quizas por ese extraño sentido de la lealtad y la nobleza (que les convertía en formidables adversarios) nunca le habían gustado los perros a Eduardo. Rafael por su parte contaba con un par de buenas mordeduras en su historial de modo que esperaba ansioso clavar su cuchillo en el pecho de cualquier eventual contrincante can. Aún así, de momento lo unico que interesa es evitar la confrontación y ponerse a resguardo pronto para que la misión tenga exito.
-La información es lo primero. De seguro saben que estamos aca, pues los torpes centinelas nos vieron.
-Vamos a darles su merecido, Eduardo!
-Calma hermano, busquemos un bien refugio, de seguro están muertos de miedo y no querran aventurarse sabiendo que en la inmensidad de la selva les esperan los combatientes.
-Sigamos aquel curso de agua, nos llevara a lo más profundo de la isla.
Grande se había vuelto su fama entre los habitantes de la isla; de la pequeña isla de Somier y de todas en los mares perdidos por Sandokan y rescatados por el señor Maltes. Mil y una vez se dio por muerto a los tan nombrados hermanos y siempre volvieron y con más fuerza, a burlarse del poderoso de turno designado por el imperio, a rescatar doncellas en peligro, a recuperar cuantiosos botines y a beber de buena gana en las cantinas, sin embargo, ninguno de estos menesteres les traía a la pequeña y resguardada isla de Somier.

En eso un extraño ser con rostro de barata, contoneado cuerpo femenino y un inmenso pene de punta viscoza en vez de brazo derecho sorprendió la visual de nuestreos heroes. Aún alelados estos ultimos apareció al otro lado del cauce de pronto, como venido a una justa pactada con antelación, un caballero andante con su armadura, montando un pony con marcas de corazón en las nalgas.
A ambas criaturas pareció molestarle la presencia del otro, sin reparar en los valientes forajidos, que parapetados en el canal cual palco, tomaron posición para presenciar el singular combate.
La extraña criatura cruzó el cauce de agua gracias a un tronco caído que servía justamente de parapeto a los chiquillos, avanzó lenta pero segura moviendo sus nalgas y caderas embutidas en un apretado blujea, apuntando siempre al pony con el feroz chisme.
En eso el caballero inició su carga; el encuentro era inminente y ante lo inevitable del choque volaron las bandadas, alentaron los monos en las improvisadas galerias de los arboles, escabulleron las serpientes bajo la lluvia y continuaron con su siesta pumas y jaguares.
Ambos cayeron de espaldas, con la lanza todavia clavada a la altura del hombro una y todavia grogy por el vergazo el otro. En eso entró en acción la cabeza de barata, atacando a mansalva la espalda del andante, perforando la coraza que le protegía, hiriendole a la altura del homoplato, desgarrandole la carne de la espalda, e infectando los tejidos. en eso, el audaz caballero del pony saco un puñal de su bota y se lo clavo a la criatura que nuestros heroes dieron en llamar triciclope, aunque tenía cara de barata, perforandole el pulmon y causando daño en los intestinos. Callo de rodillas el triciclope, al tiempo que el caballero desenfundaba la espada, que tan sólo alcanzaría a levantar, aterido por el dolor destructivo y placentero provocado por el ataque certero de la cabeza de barata en la entrepierna del gladiador del medioevo.
Nuestros heroes miraban impavidos los colores que tomaba el semblante del caballero con la barata en el paquete y la mano con la espada bien alzada, y ese grito, ¡por dios! ese grito. Eduardo, en un gesto piadoso sugirió a su hermano desparar al triciclope, pero prefirieron irse y abandonar el escenario de una brega que parecía ya decidida, pues sin duda un disparo se oiría a distancia y daría a los hombres del rey noticia de su devenir en la selva.

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