Si la transgresión propiamente dicha, oponiéndose a la ignorancia de la prohibición, no tuviera ese carácter limitado, sería un retorno a la violencia, a la animalidad de la violencia.
Sin embargo, no es eso en absoluto lo que sucede.
La transgresión organizada forma con lo prohibido un conjunto que define la vida social.
Por su parte, la frecuencia -y la regularidad- de las transgresiones no invalida la firmeza intangible de
la prohibición, de la cual ellas son siempre un complemento esperado, algo así como un movimiento de diástole que completa uno de sístole, o como una explosión que proviene de la compresión que la precede.
Lejos de obedecer a la explosión, la compresión la excita.
Esta verdad, aunque se fundamenta en una experiencia inmemorial, parece nueva.
Pero es bien contraria al mundo del discurso, del cual proviene la ciencia.
Por eso sólo tardíamente la encontramos enunciada.
Marcel Mauss, seguramente el intérprete más notable de la historia de las religiones, tuvo conciencia de ello, y lo formuló en su enseñanza oral. En su obra impresa, esta consideración aparece al trasluz sólo en unas pocas frases significativas.
Roger Caillois, que siguió la enseñanza y los consejos de Marcel Mauss, fue el primero en presentar, en su «teoría de la fiesta», un aspecto elaborado de la transgresión.
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