2) Debo entender y
reconocer, dentro de la individualidad lo universal. Creo en la
imagen capaz de proyectarse en infinitas direcciones, algo que no
implica una interpretación hermética ni determinada información
previa para asimilarla.
“Lo pintado” es un
producto de la manifestación del instinto y la razón, siendo
esencial lo primero. No descarto la razón, por considerarla
fundamental en el equilibrio necesario para concebir una obra. Sin
ser lo preponderante, puesto que me obliga a cuestionarme
intelectualmente. Es algo que por mi naturaleza rechazo, sin embargo,
ignorar su presencia provoca la saturación del instinto, y con ello
la tergiversación de la idea que tengo de la pintura como lenguaje.
4) Llego al color por los
valores. Una forma obvia de aprender.
5) Aprendo por la
consecuencia del azar.
6) Engrandezco y vitalizo
mi trabajo, al reconocer mis errores, mis valores.
7) Creo en el error
manual, la limitación del conocimiento, lo sucio, la torpeza, pues
de ahí, siento, que emerge lo sublime.
Una presencia, sumida en
lo feo y decadente, se transforma en un lugar divino, solo porque la
luz se sobrepone a la identidad obvia de ella (la carne colgando de
Rembrandt). Un paso de un estado a otro, que logra ser trascendente.
“De lo humano a lo
divino”. Un recorrido ambicioso, que parece lejano a ser visto y
que se transforma en una verdad. Una atmósfera que posee la
sabiduría. Así siento la obra de Leonardo.
Una proposición que
acrecienta nuestros valores espirituales, ajena a fatuos
engrandecimientos, el opulento engaño del poder y lo hipnótico.
Lo sublime: la presencia,
sin obstáculos, de dios.
8) El comportamiento, me
propone la manera de concebir, hacer y percibir las cosas que me
rodean.
9) Confío en el uso de la
experiencia, antes que someterme a una receta.
11) Insisto en la
expresión corporal; el gesto. La libertad de hacer y jugar.
13) Asimilo la mancha
como un principio fundamental y creativo creado por el hombre, que
nace de un contacto directo con lo cotidiano.
La presencia de la mancha es testimonio esencial de la actitud y gesto del hombre y su realización como forma está determinada por verdades conscientes e inconscientes.
La presencia de la mancha es testimonio esencial de la actitud y gesto del hombre y su realización como forma está determinada por verdades conscientes e inconscientes.
Entiendo la mancha como
algo propio de lo urbano, o al menos sé que ahí su presencia es
ineludible y trascendente. En la mente del hombre urbano se
desarrolla una actividad hiperdinámica. Consecuente de ello es el
rechazo, el desesperado llamado a la espiritualidad, la violencia,
etc. Todo este almacén de condiciones sumidas en cada uno de
nosotros se manifiestan en lo que hacemos: unos construyen y crean
sistemas de vida, reales o ficticios, otros rayan muros, baños,
micros, calles, arboles... el accidente, la necesidad de expresar y
comunicar y por supuesto, el tiempo.
Creo, entonces, que en mi
hacer no necesito imponerme contenidos para expresarme. Confío en
esa realidad universal.
14) Defino lectura como
la forma de proyectar un orden legible en la percepción y
comprensión de la obra, concebida por la unificación en un
conjunto, en un todo.
15) La mancha evolucionó
en mi obra, convirtiéndose en lo fundamental. Lo que antes era un
comienzo para concebir “algo” ahora está más cerca de ser en sí
un todo.
16) Pienso que la mancha
posee y reúne leyes universales en su estructura. Las formas
geométricas, la sección áurea, lo orgánico e inorgánico, lo
figurativo, lo abstracto.
Su proyección en la
percepción puede alcanzar identidades ilimitadas, pudiendo
convertirse en símbolo, concepto, forma.
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