
A veces quisiera borrar
lo escrito
me averguenza
me aterra revisarme y crecer
para mirar con sorna
y decir -ya no soy ese.
O pasar por la calle y asomarme a la ventana y ver, con asombro a uno de mi edad que se viste y camina como yo, que dice y piensa las mismas tonteras, que tiene las mismas costumbres, y que como yo no es ningun ejemplo, es más me sonrojo, aunque no atino a sacar las manos de los bolsillos, y mejor sigo caminando sóo, aunque no por mucho, porque me encuentro con frondoso, que me ofrece un celular, cuadernos y cosas de escritorio a bajo precio.
Tomo los cuadernos y los lápices, que se entube su telefono, esas cosas solo acarrean problemas y están hechos para perderse.
El problema de estas ofertas -pensaba mientras doblaba una esquina y me ponía el gorro del poleron para cubrirme las orejas del viento que arreciaba en el pequeño tunel que producia un centrico edificio que por arriba cruzaba la calle- es que no puedes elegir el diseño de la portada. Pensaba y me reía porque caminaba ebrio y patidifuso con dos cuadernos de winnie de poh bajo el brazo. aún así, se trataba de encuadernaciones formidables que de ninguna manera regular habrían llegado a mi escritorio.
Afotrtunadamente tenía aún algo de dinero, así que compré también una mochila; ahora que tenía cuadernos, no podria llevarlos siempre en la mano, digo, ¿has tratado de correr así?
En el fondo seguía siendo el mismo, la ciudad aún estaba ahí, la memoria prohibida seguia olvidada.
Miento.
Algo había cambiado. Con lo de la mochila y lo de los cuadernos me habia quedado sin dinero. tenía un poco, pero en la tarjeta de la locomoción colectiva, unos destartalados buses dizque refaccionados. De modo que no podía beber nada, aunque podría ir donde me diera gana. Una mierda, más encima a esta hora. No hay micros en las que pueda hacer valer mi capital, y áunque las hubiera, no me interesa el dinero, digo, no tanto como el alcohol.
Mejor sigo caminando; de seguiir esperando me muero de viejo, además de caer en la vociferación de los que aguardan, convencidos de recibir un trato injusto, pero ¿que es lo justo?, y por ultimo ¿quien lo merece?
Entro a una botilleria unas tres cuadras más abajo, atendida por una mujer delgada, de unos cuarenta y cinco, que vestía jeans gastados y ceñidos, como un buen poema; el rostro un tanto desvencijado por la vida invitaba a mirarle los senos sueltos y abultados, los que sagaces devolvian la mirada.
Llevaba una sudadera amarilla escotada, se había teñido el pelo, digo, era rubia.
-¿Qué deseas?- interrogó mirandome de abajo a arriba, al tiempo que daba una chupada a su cigarro recien prendido.
Tranquilo, me saque el gorro de la casaca y mirandola fijo para examinarla con detención y permitir un gesto recíproco. Mire la muralla en que se disponían primorosamente las botellas de vino, fernet, ron y vodka, al tiempo que vi las cajas de lo mismo pero más barato; busqué las cervezas que mire anhelante y ciertamente hirviendo. Tome dos cristal y pregunte a la dependienta si quería conocer a Dios.
-Estás borracho -me dijo- anda, otro día vemos como me pagas, ya arreglaremos eso...