viernes, 22 de mayo de 2009

El patio de las perras III


huele el humo, sangre, alcohol y el miedo. Lluviosas jornadas de lejanos inviernos, un lugar donde tirar la conmovedora carne que son ellas tras cada jornada de ladridos y ausencia.

En el patio, lo que huele, son casitas recovecos, son baldosas, tapizadas, por el pelo de las perras, sucias, apiladas y con miedo y garrapatas, en la boca, en las orejas, son las llagas, pobre piedra, moscas y carbones, que no besan lo oxidado, que no lamen la tristeza que circunda el deterioro, tan cercano a los olvidos, los olores, lo borrado, escombros capas, las que habitan, estos seres, ateridos y sin agua, son ladridos de cansancio, son las perras, agobiadas y con miedo, quizás dónde, quizás cuando, han cedido con los ojos, insondables de esa virgen que lamenta con el llanto, nuestra sangre, entre los días, que ignoro, y sólo anoto, los ratones de entretecho, machucao, en los riesgos de encontrarse, en el olimpo, al que se fueron, eso suena, el sedimento de cachorros, que se fueron, tras terneras, agua en la tormenta, ante el invierno que no llega, hasta el pantano, tras la reja, y los nogales, sola, enmohecida, la pobre piedra, en la ternura de tantas hojas, que implosionan oradadas, tras su tiempo, rumbo al humus, que seremos, y es mi padre entre sus muros, al que abrazo esta mañana, en el patio de las perras.

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